10/02/2006

La tolerancia de la tortura

La tolerancia de la tortura
Enjaulando a enemigos y extraños

Por Diego Freedman
Universidad de Buenos aires (UBA)
freedman@arnet.com.ar


Nuestro semejante está allí,
Ante nosotros, misterioso,
Impenetrable, infinito.


Sebastián Soler

Que extraña escena describes y
qué extraños prisioneros,
son iguales a nosotros

Platón, La República, Libro VII

Nos alarmamos y expresamos sorpresa o incomprensión cuando leemos el relato de la ejecución de Damiens que hace Michel Foucault en “Vigilar y Castigar”[1] o vemos las fotos del Holocausto o escuchamos testimonios de víctimas del Terrorismo de Estado en Latinoamérica. Decimos frases “¿Cómo pudo haber pasado eso?” o “¡Qué barbaridad! o ¿Cómo nadie hizo algo para frenar esto?”.
Sin embargo, nuestra reacción frente a otros hechos de violencia injustificables, que ocurren acá y ahora, no afrontan un alto grado de intolerancia. Precisamente, la situación carcelaria en la Argentina demuestra la tolerancia que tenemos frente a situaciones inhumanas.
Encerramos a muchas personas, más de 50.000 en jaulas inhabitables por carecer de condiciones de salubridad y de seguridad. Parece no preocuparnos demasiado que estén expuestos a enfermedades infecciosas, que la tasa de enfermos de HIV registrada (7,07% en el 2001) es diez veces más alta que en libertad[2]. Tampoco nos molesta si más de 30 personas mueren asfixiadas en un incendio de una estas jaulas porque los colchones no eran ignífugos y no había un sistema para evitar que se propague el fuego y el humo[3].
No nos quita el sueño que metamos en estas jaulas más gente que las que deberían alojar. En el Servicio Penitenciario Federal, se registra una superpoblación de casi 5% (faltan unas 500 plazas) y en el de la provincia de Buenos Aires del 7% (sobran unas 1.600 personas)[4]. Encima, vivimos en una situación de inflación carcelaria. La población enjaulada crece a un ritmo 9 veces mayor que la población. En los últimos cinco años la cantidad de de personas enjauladas aumentó casi un 44%, por su parte, en la provincia de Buenos Aires, la población carcelaria se duplicó en los últimos 8 años[5].
Ni siquiera nos angustiamos que estas personas enjauladas sean responsables de la comisión de un delito. Cabe destacar, que en el Sistema Federal, el 54,3% no ha sido condenado penalmente aún y en la provincia de Buenos Aires, este índice llega al 80%[6]. Es decir, son inocentes y sólo pesa sobre ellos una sospecha respecto de la comisión de algún hecho delictivo, que puede basarse en un procedimiento fraguado por la propia policía[7] o sufriendo la selectividad policial que opera sobre la base de la portación de rostro u otro característica personal[8].
El año pasado la Corte Suprema de Justicia de la Nación[9] emitió un fallo sobre la situación de las cárceles en la provincia de Buenos Aires afirmando que los enjaulados tienen derechos humanos e instruyendo al Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial a monitorear y mejorar las condiciones de detención. Sin embargo, los propios beneficiarios de esta decisión, un año después, no cuentan que nada ha cambiado. Hoy, unas 5.000 personas privadas de su libertad en la Provincia de Buenos Aires, que representan el 20% del total de los internos en las cárceles, están haciendo un huelga de hambre en señal de protestas. ¿Qué reclaman? Qué cumplamos con nuestras obligaciones, o sea, que respetemos sus derechos humanos juzgándolos rápido o dejándolos en libertad y que mejoremos sus jaulas, si los mantenemos encerrados.
¿Cómo se explica esta falta de efectividad de las normas de derechos humanos y de la sentencia de la Corte Suprema? ¿Cómo se explica que toleremos esta situación inhumana?
Una posible respuesta es que consideremos que los enjaulados son los “otros”. Asumamos que nunca vamos a estar en esa situación, que tampoco la va a atravesar alguien cercano. Por ello, podemos leer la noticia en los diarios o ver la noticia en la televisión, nos mordemos el labio y hasta ahí llegamos. Por ahí, un día en un rapto de osadía escribimos un artículo como este. Pero, claramente el dolor nos parece ajeno, extraño, lejano; sino no se explica porque no tomamos medidas más drásticas para frenar una situación de tortura a poca distancia de nuestro hogar. Tal vez, seamos sordos frente a los gritos de los otros, como si no hablarámos el mismo lenguaje.
Otra respuesta es que los enjaulados son consideramos los enemigos, o al menos, los sospechosos de ser nuestros enemigos. Esta visión nos lleva a creer hasta justificable que las cárceles no sean sanas y limpias. Por eso se entiende que nos parezca polémico un fallo que ordena la prisión domiciliaria de un acusado de violación para evitar que sea violado por otras personas detenidas[10]. Asumimos que el violador debe ser violado, que las personas enjauladas deben ser torturadas, porque son enemigas. Construimos una imagen simplificada y falsificada de las personas enjauladas demostrando nuestra intención de no comprenderlos y perdiendo así la capacidad de empatía. Nosotros somos los buenos, ellos los malos. A nosotros la libertad, a ellos las jaulas y la tortura.
La última respuesta que puedo imaginar es que somos esos cómplices tolerantes. Escuchamos esos gritos, pero lo disimulamos. Sabemos que no son enemigos, pero igual los señalamos con el dedo. Somos como aquellos que presenciaban las torturas en la plaza pública, que veían partir los trenes o que decían “Algo habrán hecho”. Los cómplices tolerantes, de aquí y ahora.
[1] Foucault, Michel, Vigilar y Castigar, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 1989.
[2] Petrone, Daniel, Cárceles sanas y limpias, Unidos por la Justicia, Buenos Aires, 2004.
[3] “El fuego se apagó solo. Los bomberos nunca entraron. No había agua en las bombas contra incendio y los matafuegos no funcionaban. Los que rescataron sobrevivientes y cuerpos fueron los presos del pabellón de al lado. Ahora están aterrados porque son testigos de todo lo que pasó”. Los relatos de los internos del pabellón 15 son dantescos. Los familiares relataron haber visto “cantidad de cadáveres tirados en el piso como basura”, http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-58039-2005-10-17.html
[4] CELS, Derechos Humanos en Argentina 2005, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[5] http://www.seguridad-la.com/artic/discipl/disc_4062.htm.
[6] CELS, Derechos Humanos..., ob. cit.
[7] CELS, Derechos Humanos..., ob. cit.
[8] Zaffaroni, Eugenio Raúl, Alagia, Alejandro, Slokar, Alejandro, Derecho Penal. Parte General, Ed. Ediarl, Buenos Aires, 2000.
[9] “Verbitsky, Horacio”, 03/05/2005.
[10] http://www.clarin.com/diario/2006/09/30/index_ei.html